“El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes, y el honor de éstos se interesa en que todos conozcan la execración con quien miran aquellas reservas y misterios inventados por el poder para cubrir sus delitos”, escribía Mariano Moreno en la primera edición de la Gazeta de Buenos Ayres el 7 de junio de 1810, fecha en que hoy se celebra el Día del Periodista en Argentina.
El rol de la prensa y el periodismo, ejercido críticamente, ha servido históricamente para revelar esos “misterios inventados por el poder para cubrir sus delitos”. En esta línea, resulta interesante analizar el tratamiento a la prensa en dos países cuyos gobiernos han dedicado históricamente todos los recursos del Estado a negar que el genocidio contra el pueblo armenio cometido por el Estado turco-otomano, haya ocurrido. Se trata de los casos de Turquía y de Azerbaiyán.
La situación de la libertad de expresión en Turquía es alarmante, especialmente en los últimos años. En 2012 y 2013, Turquía fue el país con más periodistas presos del mundo, según el Comité para la Protección de los Periodistas. Desde la muerte de Hrant Dink, un periodista nacido en Turquía y de origen armenio, perseguido por el gobierno por opinar públicamente sobre el Genocidio Armenio y asesinado en 2007 por un joven nacionalista turco, la sociedad comenzó un camino gradual de reconciliación con su historia. Hoy, organizaciones de la sociedad civil, periodistas, activistas por los derechos humanos e intelectuales están empezando a cuestionar la versión oficial de los hechos y a reclamar un cambio. Ejemplos de ellos son el activista y editor Ragip Zarakolu, quien estuvo recientemente en Argentina durante los actos conmemorativos del Genocidio Armenio, el historiador Taner Akcam, o el escritor y Premio Nobel, Orhan Pamuk. La respuesta de las autoridades fue el endurecimiento de las persecuciones a opositores y la represión policial a las manifestaciones pacíficas.
El rol de la prensa y el periodismo, ejercido críticamente, ha servido históricamente para revelar esos “misterios inventados por el poder para cubrir sus delitos”. En esta línea, resulta interesante analizar el tratamiento a la prensa en dos países cuyos gobiernos han dedicado históricamente todos los recursos del Estado a negar que el genocidio contra el pueblo armenio cometido por el Estado turco-otomano, haya ocurrido. Se trata de los casos de Turquía y de Azerbaiyán.
La situación de la libertad de expresión en Turquía es alarmante, especialmente en los últimos años. En 2012 y 2013, Turquía fue el país con más periodistas presos del mundo, según el Comité para la Protección de los Periodistas. Desde la muerte de Hrant Dink, un periodista nacido en Turquía y de origen armenio, perseguido por el gobierno por opinar públicamente sobre el Genocidio Armenio y asesinado en 2007 por un joven nacionalista turco, la sociedad comenzó un camino gradual de reconciliación con su historia. Hoy, organizaciones de la sociedad civil, periodistas, activistas por los derechos humanos e intelectuales están empezando a cuestionar la versión oficial de los hechos y a reclamar un cambio. Ejemplos de ellos son el activista y editor Ragip Zarakolu, quien estuvo recientemente en Argentina durante los actos conmemorativos del Genocidio Armenio, el historiador Taner Akcam, o el escritor y Premio Nobel, Orhan Pamuk. La respuesta de las autoridades fue el endurecimiento de las persecuciones a opositores y la represión policial a las manifestaciones pacíficas.
Periodista de la CNN detenido en vivo en Turquía |
Yusuf Yerkel patea a un manifestante |
Otro caso de represión policial (y política) se dio a mediados de mayo, cuando la sociedad salió a protestar contra el gobierno por el accidente de la mina de Soma, que dejó 301 mineros muertos. En estos episodios, aparte de la violencia de la policía, el propio primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, insultó y golpeó a un ciudadano, mientras que uno de sus asesores, Yusuf Yerkel, fue fotografiado mientras pateaba a un manifestante junto con su equipo de seguridad.
Sevan Nisanyan, escritor turco de origen armenio, fue encarcelado por “insultar” al profeta Mahoma en su blog, aunque ya era perseguido previamente por sus investigaciones sobre la corrupción y sus dichos sobre el Genocidio Armenio. Algo similar ocurrió recientemente con un profesor de matemática, sentenciado a más de un año de prisión por cambiar su usuario de Twitter a “Allah CC”, habiendo sido acusado de “humillar los valores religiosos de un sector de la población”.
A principios de este año, cuando se conocieron casos de corrupción dentro de la administración de Erdogan, hubo una fuerte presión en los medios que publicaban la noticia, así como también violencia física motivada por la “impunidad” policial, según RSF. Pero el pico de censura se dio en marzo, previo a las elecciones municipales, cuando el gobierno bloqueó el acceso a Twitter y posteriormente, a YouTube.
"No me importa lo que diga la comunidad internacional. El mundo será testigo del poder de la República de Turquía", había dicho Erdogan antes de impedir el acceso a Twitter. El bloqueo generó un repudio mundial apenas se conoció la noticia, y los hashtags #TwitterisblockedinTurkey y #DictatorErdogan fueron tendencia mundial en la red social. Cabe destacar que a través de Twitter se conocieron las conversaciones telefónicas entre Erdogan y sus allegados que podrían probar casos de corrupción dentro del gobierno.
Días más tarde, el gobierno bloqueó el acceso a YouTube luego de que se filtrara una reunión en la que altos funcionarios turcos, entre ellos, el ministro de Exteriores, Ahmet Davutoglu, planeaban una operación militar dentro de Siria, específicamente, la posibilidad de llevar a cabo un ataque y atribuírselo a Al-Qaeda.
En el caso de Turquía, hay sectores emergentes de la sociedad que están empezando a combatir los abusos de las autoridades, y esto se traduce en un recrudecimiento de la coerción. No es el caso de Azerbaiyán, posicionada en el puesto 160º entre 180 países según RSF, donde la oposición está casi completamente neutralizada.
Los medios de comunicación son mayoritariamente controlados por las autoridades, específicamente, por la familia del presidente azerí, Ilham Aliyev. Justamente, Aliyev fue nombrado la “persona más corrupta del año” en 2012 por la Organized Crime and Corruption Reporting Project y es uno de los principales acusados por la International Consortium of Investigative Journalists de liderar una red de lavado de dinero e impunidad política.
A través de los medios de comunicación controlados por su administración, el gobierno de Aliyev utiliza de forma sistemática a los armenios como chivo expiatorio y cualquier organización que critique a Azerbaiyán es considerada “cooptada por el lobby armenio”, ejerciendo una estigmatización abierta y racista contra los armenios.
Los pocos casos de ataques a periodistas son rápidamente detectados y “solucionados” con arrestos o acosos directos, como el caso de la periodista de investigación Khadija Ismayilova, quien fue amenazada con publicar videos sexuales de ella si continuaba con sus artículos que denunciaban la corrupción gubernamental.
La policía azerí antes de las elecciones de 2013 ©IRFS |
“Las amenazas que enfrentan los periodistas independientes han obligado a muchos a abandonar el país. Sin embargo, el alcance de las autoridades va más allá de las fronteras del país. El 18 de abril de este año, el periodista Rauf Mirkadyrov del periódico independiente Zerkalo fue extraditado a Azerbaiyán desde Turquía. Tan pronto como llegó, se le acusó de espionaje a favor de Armenia y se lo envió a prisión”, relata RSF. Aliyev no solo agrede a los armenios, sino que los utiliza para encarcelar a opositores.
Los discursos de Aliyev contra el pueblo armenio son similares a los de Adolf Hitler contra los judíos: en 2012 declaró que “nuestros principales enemigos son los armenios del mundo y los políticos hipócritas y corruptos bajo su control”. Estos crímenes quedan impunes, simplemente porque hay un control absoluto de los medios de comunicación, junto a una sociedad domesticada que no tiene la posibilidad de recibir otra información que no sea la versión oficial.
Los discursos de Aliyev contra el pueblo armenio son similares a los de Adolf Hitler contra los judíos: en 2012 declaró que “nuestros principales enemigos son los armenios del mundo y los políticos hipócritas y corruptos bajo su control”. Estos crímenes quedan impunes, simplemente porque hay un control absoluto de los medios de comunicación, junto a una sociedad domesticada que no tiene la posibilidad de recibir otra información que no sea la versión oficial.
En lugares donde el periodismo es hostigado y controlado, es posible cometer cualquier tipo de crimen contra la humanidad o violación de los derechos humanos y, en muchas ocasiones, la falta de libertad de expresión frena el crecimiento de las expresiones democráticas que reivindican los valores de defensa de esos derechos humanos, entre los que se encuentran el reconocimiento del genocidio contra el pueblo armenio y la lucha contra el negacionismo. Los casos citados en este artículo no deben ser tomados como ejemplos particulares, sino como exponentes de una metodología represiva que tiene como finalidad, como escribía Mariano Moreno hace más de doscientos años, convencer al mundo de que los “misterios inventados por el poder para cubrir sus delitos”, son reales.